domingo, 1 de septiembre de 2013

El Premio Nobel de Economía NO EXISTE


EL PREMIO NOBEL DE ECONOMÍA NO EXISTE

- Pablo Martín De Holan* –

Martes 13 de octubre de 2009 – El Economista

Han ganado el nobel de Economía los Profesores Elinor Ostrom (primera mujer en hacerlo, premiados según me cuentan por sendos análisis de la gobernanza económica de la acción colectiva (Ostrom) y de las fronteras de la empresa (Williamson). Felizmente, el panegírico incluye una versión simplificada de sus publicaciones, destinada a aquellos mortales que no han recibido la gracia de entender las impenetrables abstracciones con las que algunos economistas tratan de describir el mundo.

Todo esto es digno del más alto respeto que le debemos a ambos doctores, cuyos latines no podemos dejar de admirar. No es mi intención denostar a la ciencia trágica, la cual carga con la ardua tarea de predecir lo imprevisible y de explicar por qué las previsiones anteriores fueron incorrectas pero las presentes deben ser escuchadas con la más sublime atención porque, estas sí, Sra., son ciertísimas.

No es mi objetivo, decía, criticar a la economía y a quienes la practican por su falta de objetividad, sus deplorables resultados o ambos. Por el contrario, creo que es necesario enfatizar su importancia para las sociedades modernas, y, más específicamente, para la adecuada creación y asignación de recursos escasos, de tal forma que alimenten aquellas actividades con los mayores retornos posibles.

Y mi labor sería mucho más simple si el premio Nobel de Economía fuese real. Pero no: es una mistificación de una profesión que no sólo explica cómo nos comportamos sino que nos indica, taxativamente, cómo debemos comportarnos si queremos que todo salga mejor, y nos insulta si no seguimos sus dogmas aunque le expliquemos pacientemente que el dinero no es más importante para la felicidad que el amor, sino menos, y que hace más feliz el beso de una persona amada que el oro, siempre y cuando uno tenga sus necesidades básicas cubiertas. Porque el premio Nobel de Economía no existe.

Permítame explicar. En 1890, el Sr. Alfred Nobel tenía ya notoriedad mundial. Inventor y comercializador de la dinamita y de otros explosivos, Don Alfred gozaba de una sólida reputación, no siempre positiva, y de una considerable fortuna. No obstante, a Don Alfred le carcomían los remordimientos: había descubierto una eficaz manera de liquidar al prójimo y a sus bienes.

La gelignita y la dinamita, dos explosivos de remarcable estabilidad y fácil uso, tenían muchos fines pacíficos de gran legitimidad, pero servían principalmente para la guerra y la destrucción: mutilar, matar y causar daños a los objetos y personas, eran sus principales virtudes.

Con gran pesar, Don Alfred se dio cuenta que en su caso había sido más fácil hacer que deshacer: desarrollar la familia de explosivos fue asunto suyo, pero impedir su uso era un tema que se le escapaba de las manos. Encogido su corazón ante la magnitud del estropicio que su intelecto había hecho posible, decidió que legaría el 93% de su fortuna para la creación y mantenimiento eterno de un premio para “el descubrimiento, la contribución o la mejora más importante de la humanidad”.

Este premio sería otorgado anualmente por la Fundación Nobel entre los candidatos elegidos por los comités creados con ese fin por la Academia de Ciencias de Suecia y por el Parlamento del Reino de Noruega, fundación que debía, además, celebrar la causa de la ciencia que pone al conocimiento antes que al vil metal, la del arte que deleita el alma, y la de la paz, que propicia la armonía entre los pueblos.

Dicho y hecho: en su testamento de 1895, Don Alfred indica que el premio se otorgará a las cinco ciencias que tanto admiraba: a la Medicina o Fisiología, a la Química, a la Física, a la Literatura y, probablemente por cargo de conciencia, a la Paz, que no es una ciencia pero que ayuda a prevenir las consecuencias más nefastas de los explosivos.

Pero de Economía, nones. Don Alfred no la mencionó, sea porque no la consideraba una ciencia, o bien porque la consideraba ciencia pero no digna de admiración, o por puro descuido, o por otros motivos más crípticos que los expertos aclararán. Así avanzó el mundo hasta que un grupo de economistas se rebeló ante la insoportable omisión nobeliana: faltaba la Economía en el Olimpo del Intelecto.

Tamaña laguna debía corregirse independientemente de los deseos explícitos del difunto: los economistas saben más y mejor que nosotros, los mortales, y eso incluye a encumbrados filántropos como Don Alfred QEPD. Pero como querer no siempre es poder, descubrió esta gente que el Sr. Nobel, ya occiso, no podía modificar su testamento y menos aún para acomodar estos expansivos deseos.

Desanimados pero no vencidos, los economistas deciden entonces convencer al Banco de Suecia de dotar con fondos, elegir y entregar un premio anual cuyo nombre contiene el patrocinio Nobel. Es así que en 1969 el Banco Central del Reino de Suecia decide crear el (cito) “Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en Memoria de Alfred Nobel”. Este nombre oficial, ya de por sí arcano, cambió diez veces desde entonces, una vez cada cuatro años en promedio.

Encomiable tarea la de los economistas: mejorar la voluntad póstuma de Don Alfred imponiendo loas ante su torpe omisión. Y, para aumentar la confusión, el premio es otorgado por la Real Academia de Ciencias de Suecia, y la ceremonia de entrega es idéntica a la de los otros cinco, y todo el mundo se viste de gala para ella. Hasta la medalla es parecida, pero por supuesto no idéntica porque la medalla Nobel, la verdadera, tiene el diseño protegido por los derechos de propiedad, algo que los economistas defienden casi siempre.

No me corresponde suputar sobre las motivaciones de quienes crearon este curioso galardón ni la de aquellos que se enorgullecen de recibirlo. Sin ánimo de entrar en debates psicoanalíticos, me sorprende sobremanera la necesidad de esta profesión, generalmente austera, de aumentar su prestigio como si de un champú se tratase; pero, no siendo economista ni psicólogo, debo confesar que me deja perplejo.

Entiendo, eso sí, que me han timado. La Ternera de Ávila sólo es de Ávila si es de Ávila, y este Nobel no es Nobel. Es más: su apellido es invocado en vano para justificar el premio, como si su pobre alma no tuviese suficiente mortificación con haber inventado un arma de destrucción masiva. Por eso, todos los años me mofo en mis barbas de una profesión tan insegura de sí misma que necesita inventarse reconocimientos imaginarios para convencerse y convencernos de lo útil que es.

Y recapacito también sobre el poder de los símbolos para engañar a los incautos, en un hábil manejo de las causas y sus efectos: no es que la Economía tenga un Nobel porque es científica, sino que se inventó un Nobel porque necesitaba comprar legitimidad científica que le faltaba, algo que compartió y compartirá con todas las ciencias humanas, de la Psicología al Urbanismo, para no mencionar a mi querida Sociología, que generosamente me da de comer, pero que no tiene premio.

Y quizá, empiece una postergada campaña para crear el merecido Nobel de Sociología, otro de los olvidos históricos del atolondrado aunque generoso Sr. Y, dado que mis limitados medios me impiden financiarlo, me ofrezco modestamente como presidente del comité de selección: está claro que lo merezco con creces; y si no lo merezco por mis logros, que las apariencias engañen. Como decían nuestras abuelas: si hay miseria (intelectual) que no se vea.


*Doctor en Estrategia por McGill University, con grado en Sociología de La Sorbonne (París V), director del Área de Gestión Emprendedora y profesor de Estrategia en el IE Business School


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Alfred Nobel

Testamento de Alfred Nobel

"El que suscribe, Alfred Bernhard Nobel, declaro por este medio tras profunda reflexión, que mi última voluntad respecto a los bienes que puedo legar tras mi muerte es la siguiente:

Se dispondrá como sigue de todo el remanente de la fortuna realizable que deje al morir: el capital, realizado en valores seguros por mis testamentarios, constituirá un fondo cuyo interés se distribuirá anualmente como recompensa a los que, durante el año anterior, hubieran prestado a la humanidad los mayores servicios. El total se dividirá en cinco partes iguales, que se concederán: una a quien, en el ramo de las Ciencias Físicas, haya hecho el descubrimiento o invento más importante; otra a quien lo haya hecho en Química o introducido en ella el mejor perfeccionamiento; la tercera al autor del más importante descubrimiento en Fisiología o Medicina; la cuarta al que haya producido la obra literaria más notable en el sentido del idealismo; por último, la quinta parte a quien haya laborado más y mejor en la obra de la fraternidad de los pueblos, a favor de la supresión o reducción de los ejércitos permanentes, y en pro de la formación y propagación de Congresos por la Paz.

Los premios de Física y Química serán otorgados por la Academia de Ciencias sueca; los de Fisiología o Medicina por el Instituto Carolino de Estocolmo; los de Literatura por la Academia de Estocolmo y el de la obra por la Paz por una comisión de cinco personas que elegirá el Storthing (Parlamento) noruego. Es mi voluntad expresa que en la concesión de los premios no se tenga en cuenta la nacionalidad, de manera que los obtengan los más dignos, sean o no escandinavos.

Como ejecutores de estas disposiciones testamentarias designo al señor Ragnar Sohman, con domicilio en Befors, Verlandia, así como al señor Rudolf Lilljequist, con residencia en Malmskildnadsgatan 31, Estocolmo, y Bengtfors en las proximidades de Uddevalla.

A partir de ahora, es éste el único testamento con valor legal. Con él quedan sin efecto todas las disposiciones testamentarias anteriores que puedan aparecer después de mi muerte.

París, 27 de noviembre de 1895.
Alfred Bernhard Nobel

(http://bvs.sld.cu/revistas/his/vol_2_99/his16299.htm)

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Note la diferencia entre las medallas de los premios Nobel y la del "premio Nobel" de economía (en cuadro rojo)
Ceremonia de la entrega de los premios Nobel


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